Cada año, situaciones de estrés abiótico como sequías, calor, salinidad o alta intensidad lumínica, unidas a condiciones de suelo desfavorables debidas a la actividad humana (herbicidas, cambios de pH o distintos contaminantes como microplásticos), y especialmente la combinación de estos factores, infligen un descenso en la productividad de los cultivos en todo el planeta. Si la tendencia en nuestro entorno no se desacelera o revierte, los suministros de alimentos podrían disminuir gravemente.
Un equipo de trabajo del grupo de investigación en Ecofisiología y Biotecnología de la Universitat Jaume I de Castellón, dirigido por la investigadora Sara Izquierdo Zandalinas con la colaboración de José Luis Rambla Nebot, estudia cómo combinaciones complejas de esas situaciones de estrés afectan al crecimiento y la supervivencia de las plantas de tomate y analiza qué respuestas de la planta son beneficiosas o perjudiciales para la aclimatación a su entorno, así como los cambios que se producen en su metabolismo, sus proteínas o sus hormonas.
Según los resultados obtenidos y publicados hasta el momento, los efectos de la combinación de diferentes tipos de estrés son amplios. Afectan al proceso de fotosíntesis, al crecimiento y también a la acumulación de prolina, un aminoácido, que, si bien es beneficioso para resistir al estrés, durante el estrés multifactorial podría tener un efecto adverso. También se han obtenido indicios interesantes referentes al papel de una poliamina concreta (espermina) en la tolerancia de las plantas a un determinado estrés combinado (salinidad y herbicida paraquat).