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Estudio con adolescentes muestra que el entorno urbano influye en el sentido de justicia y la confianza en las instituciones

A lo largo de tres años, investigadores de la Universidad de São Paulo y colaboradores analizaron la “creencia en un mundo justo” de 659 jóvenes paulistanos de entre 12 y 14 años

Peer-Reviewed Publication

Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo

 Los adolescentes que viven en barrios con altos índices de violencia e infraestructura precaria tienden a percibir el mundo como más injusto para ellos mismos que para los demás, según revela un estudio realizado con jóvenes de la ciudad de São Paulo (Brasil).

La investigación, desarrollada por el Núcleo de Estudios sobre la Violencia (NEV), uno de los Centros de Investigación, Innovación y Difusión (CEPIDs, por sus siglas en portugués) de la FAPESP, analizó las trayectorias de “creencia en un mundo justo” (BJW, por su sigla en inglés belief in a just world ) de 659 adolescentes entre 12 y 14 años, a lo largo de tres años. El artículo al respecto fue publicado en el Journal of Environmental Psychology.

El concepto de BJW se refiere a la percepción de que el mundo es, en general, un lugar justo, donde las personas “cosechan lo que siembran”. Esta creencia es considerada fundamental para la formación de expectativas, el compromiso social y la internalización de normas y valores. Sin embargo, según los autores del artículo, estas creencias no se desarrollan en el vacío: se moldean a partir de experiencias concretas vividas en los entornos físico y social.

“Nuestra hipótesis era que el entorno físico, por sí solo, desempeña un papel importante en la formación de las creencias de justicia entre adolescentes – independientemente de factores relacionales, como la convivencia con padres, profesores o autoridades policiales”, explica el psicólogo André Vilela Komatsu, primer autor del estudio y becario de la FAPESP (proyectos 19/09360-6 22/07075-5).

La coautora es la neurocientífica Simone Kühn, profesora en la Universidad de Hamburgo (Alemania) y directora del Center for Environmental Neuroscience del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano, en Berlín, donde Komatsu realizó una pasantía de posdoctorado y el estudio fue desarrollado en colaboración.

Los investigadores observaron que, en barrios marcados por el abandono, la inseguridad y la violencia, los adolescentes no solo presentan un nivel más bajo de BJW personal, sino que también desarrollan trayectorias de alejamiento gradual de esta creencia a lo largo del tiempo. Y la sensación de que la propia vida no está regida por la justicia puede tener importantes implicaciones tanto para el bienestar psicológico como para el comportamiento, afectando aspectos como la motivación, la autoestima y la confianza en las instituciones.

En los barrios más favorecidos, en cambio, los jóvenes mantienen una BJW personal más alta, aunque no necesariamente creen que el mundo sea justo en general. “Incluso los adolescentes de clase media alta perciben la injusticia social a su alrededor”, apunta Komatsu. “Pero al vivir en entornos más protegidos y con acceso a servicios y oportunidades, se sienten menos vulnerables y conservan cierta confianza en que al menos sus vidas serán justas”.

El estudio refuerza la importancia de considerar factores urbanísticos y estructurales —como la infraestructura, el acceso a servicios y la cohesión comunitaria— en el debate sobre ciudadanía y fortalecimiento democrático. “Los entornos degradados no afectan solo el bienestar físico y mental, sino que también erosionan la confianza en las instituciones y en los principios de equidad”, evalúa Komatsu.

El investigador afirma que las escuelas tienen el potencial de desempeñar un papel central en la formación de las percepciones que niños y adolescentes desarrollan sobre lo que es justo o injusto en el mundo que los rodea. “El entorno escolar es el espacio institucional donde los jóvenes pasan la mayor parte del tiempo e interactúan de forma continua. En áreas urbanas desiguales, las escuelas pueden promover una experiencia de ciudadanía que contraste con las injusticias percibidas en el barrio, en el transporte o en la seguridad pública. Por otro lado, cuando la escuela reproduce desigualdades o prácticas punitivas y arbitrarias, refuerza la percepción de que las instituciones no son justas. En nuestro estudio, tomamos en cuenta la forma cómo los adolescentes percibían a sus profesores respecto a la aplicación justa de las reglas – es decir, si actuaban con claridad, imparcialidad y respeto. Sabemos, por estudios anteriores, que eso influye directamente en la formación del sentido de justicia en los jóvenes”.

Las diferencias de “creencia en un mundo justo” en función de sexo o raza no fueron consideradas en este estudio en particular. Pero en investigaciones anteriores, con la misma muestra, esas diferencias fueron claramente identificadas. “Esos estudios revelaron que los jóvenes con mayor privilegio social —especialmente quienes se identifican como blancos, de sexo masculino, de escuelas privadas y familias con mayores ingresos— tienden a tener una BJW personal más alta. Es decir, creen que viven en un mundo más justo para sí mismos que para los demás. Es claro que esas diferencias no reflejan solo percepciones individuales, sino también las desigualdades estructurales presentes en la sociedad brasileña”, informa Komatsu.

Las redes sociales desempeñan un papel muy relevante en la formación de creencias y valores. “Es importante observar que la diseminación de contenidos en las redes ocurre dentro de ecosistemas mediados por algoritmos, que tienden a amplificar contenidos con alto potencial de compromiso emocional, muchas veces simplificados, sensacionalistas o sesgados ideológicamente. Estos algoritmos no solo seleccionan lo que se muestra, sino que moldean cómo se interpretan los eventos, reforzando burbujas de percepción y confirmando creencias previas. En muchas páginas y perfiles, las causas estructurales de las injusticias sociales, raciales y territoriales son ocultadas o distorsionadas, siendo sustituidas por narrativas populistas y simplistas. Este funcionamiento algorítmico tiende a inducir a las personas a interpretar la injusticia social como resultado del comportamiento individual o específico de determinados grupos, reforzando estigmas ya existentes”, subraya Komatsu.

En ese sentido, aunque las redes sociales tienen el potencial de fomentar la concienciación y la crítica social, sus algoritmos tienden a privilegiar contenidos sensacionalistas o emocionalmente cargados en detrimento de información más equilibrada y fundamentada, como la producida por científicos o instituciones comprometidas con la justicia social. “Esto no solo distorsiona el debate público, sino que también dificulta el acceso de los adolescentes a interpretaciones más contextualizadas y basadas en evidencias sobre las causas de las desigualdades e injusticias que los afectan”, argumenta el investigador.

El estudio señala que las intervenciones urbanas son un recurso con alto potencial para restaurar el sentido de justicia entre adolescentes en zonas vulnerables, siempre que dialoguen con las experiencias cotidianas de esos jóvenes. “Acciones como la revalorización de espacios públicos —plazas, centros culturales y áreas deportivas y de ocio— transmiten simbólicamente el mensaje de que esa comunidad importa y merece cuidado. Pero es importante que estas iniciativas vayan acompañadas de procesos participativos que fortalezcan la percepción de pertenencia y agencia, promoviendo el reconocimiento de los adolescentes como sujetos de derechos. Además, la inversión continua en infraestructura básica, como iluminación, saneamiento, transporte y salud, comunica la idea de valorización material de vidas frecuentemente negligenciadas”, enfatiza Komatsu.

El artículo The effect of the physical environment on adolescents’ sense of justice puede ser accesado en: www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0272494425000659.

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